Hola, hace años quería hacer una remasterización y continuación de esta historia: UN CAMBIO DE CUERPO: SACANDO PROVECHO!!!
Desde que me inicié en este mundo de los blogs de body swap, este blog fue de los primeros que leí. Me encantó toda la temática, incluso de esteas caps viene un poco mi fetiche del body swap con MILFS. Muchas gracias a
M86
Y con el debido respeto y honrando tu trabajo:
Desde que mamá descubrió su habilidad para intercambiar cuerpos, mi vida se convirtió en un suplicio. Cada compromiso que le fastidia -reuniones familiares, citas escolares de mi hermana- se convierte en mi pesadilla. Hoy, en el 85° cumpleaños del abuelo paterno, vuelvo a ser su rehén: mis planes de ir a la playa con miz amigos se esfumaron cuando desperté en SU cuerpo, atrapado en este vestido ajustado y estos tacones que me torturan los pies.
Lo peor no es fingir sonrisas entre tíos ni soportar los comentarios machistas del abuelo. Lo aterrador comienza ahora: el viaje de regreso a casa, solos. Papá cree que soy ella, y mamá me advirtió sus planes de "recuperar el tiempo perdido" durante su semana juntos. Mi hermana está con mi prima, y mamá... mamá está en MI cuerpo, disfrutando mi viaje a la playa.
Mientras acomodo el bolso en el maletero, evito el reflejo en el espejo. Ver su rostro en mis gestos me provoca náuseas. Papá me toma la cintura con esa familiaridad conyugal que me paraliza.
"Estás preciosa hoy", susurra. Su aliento a whisky me eriza la piel.
Cierro los ojos, concentrándome en las olas que mamá debe estar escuchando ahora. ¿Cuántas chicas habrá conquistado hoy con mi voz? Ayer fueron tres, según su mensaje jactancioso. Rezo para que al menos use protección; mamá me advirtió que si este cuerpo queda embarazado... seré yo quien cargue las consecuencias.
El motor arranca. Papá pone su mano en mi rodilla.
"¿Te acuerdas de nuestra primera cita?", pregunta, dedos ascendiendo por mi muslo.
Trago saliva. Mamá nunca mencionó este lado de su matrimonio.
Sus dedos buscaban algo que no me pertenecía, en un territorio que mi mente rechazaba habitar. Cada roce era una aguja de hielo clavándose entre lo físico y lo mental. Me dividía en tres: el hijo que gritaba dentro del cráneo prestado, la mujer cuyo cuerpo traicionaba con respuestas automáticas, y el observador aterrorizado que contaba los semáforos.
El cuerpo reaccionaba con memoria muscular de dos décadas de matrimonio, humedeciéndose contra mi voluntad. Mi psique se encogía en un rincón, vomitando silenciosamente cada vez que sus uñas raspaban tejidos que nunca debieron ser míos. ¿Cuántas veces había hecho él esto con... con ella? ¿Con mígo ahora?"
El reloj de pulsera de papá brillaba bajo la luz del farol. Las manecillas avanzaban implacables mientras sus dedos jugaban a ser el péndulo de mi tortura. Cada minuto que pasaba me hundía más en este cuerpo prestado.
Cada caricia no deseada hacía vibrar la conexión entre mi alma y este cuerpo. Pequeños cortes de papel aparecían en la piel de mamá -mi piel verdadera-. Si llegaba a embarazarme... ¿quedaría atrapado aquí por un año? ,¡no mamá nunca haría eso!
En algún lugar de la costa, mamá usaba mi boca para reírse con mis amigos, su mano para acariciar la cintura de una desconocida. Mientras yo... yo contenía la respiración tratando de que este útero ajeno no se contrajera con nada que pudiera anclar mi esencia aquí.
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La playa olía a libertad. Mi mano —la mano de él, de mi hijo— acariciaba la cintura de Daniela mientras su risa de diecisiete años vibraba contra mi pecho masculino. Ella no lo sabía, pero este juego de seducción era idéntico al que Roberto ejecutaba conmigo cada noche: dedos que exploraban territorios ajenos, promesas susurradas como trampas, poder disfrazado de deseo.
"¿Siempre conquistas chicas así de fácil?", preguntó ella mordiendo el borde de su vaso de coco.
"Solo cuando el premio lo vale", respondió mi boca con su tono impostado, usando el mismo guión que mi marido recitaba cuando quería llevarme a la cama sin cena previa.
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En algún lugar a 300 km de aquí, mi verdadero cuerpo gemía bajo las caricias de Roberto. Él lo habitaría ahora, víctima de mi propio engaño. ¿Sentiría el asco reptante que yo padecía cada vez que su padre le bajaba la cremallera del vestido? ¿Entendería por fin por qué necesitaba escapar?
Daniela me tomó de la mano hacia las amacaa. Su piel sudorosa se pegaba a la mía —a la de él— y por un segundo fantaseé con ser otra: la versión de mí que creyó que empoderarse significaba convertirse en el opresor.
En la casa familiar (escena paralela):
Las sábanas olían a lavanda y mentiras. Roberto murmuró algo sobre mi cintura más estrecha mientras siento su besos húmedos en MI cuello —el cuello de ella, de mamá—. Cada roce activaba respuestas fisiológicas ajenas: el cuerpo femenino se arqueaba con memoria hormonal, mientras mi mente se fracturaba.
"Estás diferente hoy", jadeó él clavando uñas en MIS CADERAS.
Claro que estoy diferente, quise gritar. Soy tu hijo atrapado en la piel de la mujer que me crio y dio a luz.
Las imaginé vacías para siempre, fantasmas de un yo que se disolvía entre el sudor conyugal y la sal playera. Daniela gemía ahora en alguna duna, creyendo entregarse a un chico de 19 años, no a una madre cuarentona que jugaba a ser su hijo.